Arelis Uribe: “La literatura debería sentirse como una conversacion en el oído”
Collages y palabras chilenas-neoyorquinas.
Arelis Uribe volvió de Nueva York con una valija por la que tuvo que pagar doscientos dólares de sobrepeso. “Pero valió la pena”, me dice por teléfono. Aterrizó en el aeropuerto de Santiago de Chile con cuarenta kilos de decenas de libros: Frankestein, Moby Dick, Crime and Punishment, Alice in Wonderland, Drácula, ediciones viejas de Mark Twain y colecciones de Sylvia Plath; son algunos de los libros viejos, usados, casi todos clásicos y de segunda mano, subrayados y sin tapa, que encontró en las calles de Brooklyn en los tres años en los que vivió en la ciudad.
—Es la cultura del stooping: la práctica de agacharse a recoger cosas en la calle. La gente deja en la vereda cajas con ropa, libros, macetas, plantas, sillas, libreros. En una ciudad de super producción a gran escala, es fácil que suceda una cosa así.
Hablo con la escritora y periodista chilena un viernes a la mañana. Arelis Uribe, autora del libro de relatos Quiltras y la novela Las Heridas, está en su casa en Valparaíso. Yo estoy en Pelham, un suburbio en las afueras de Nueva York. Unas horas más tarde tomo el tren a la estación Grand Central y salgo a caminar contra el frío que corre por la 5ta Avenida, y pienso que si hay algo que se cumple en Nueva York es que en todos lados hay gente y en todos lados hay libros.
En la zonas más céntricas de Manhattan hay —en promedio— una librería cada tres cuadras. Hay bibliotecas públicas en edificios centenarios, cerca de los parques y de las plazas. Hay bibliotecas inmensas en las universidades, con volúmenes ordenados por título y autor en cada uno de los salones en los que me siento a estudiar. Hay libros abiertos en las mesas de los cafés y libros que decoran las paredes de los bares.
Hay libros que descansan en las bibliotecas dentro de cada una de las casas que miran a la calle, en los alrededores del Central Park. Libros que se amontonan en los estantes, en las mesas de luz y en las mesas ratonas —en los departamentos que muestran algo de su interior a través de sus ventanas altas y delgadas.
Esta semana conocí a la fotógrafa neoyorquina Gail Albert Halaban. Su proyecto, Out my window, ilustra una colección de cuadrados de intimidad doméstica que los paseantes curiosos nos detenemos a mirar. Por acá algunas de sus fotos.
Son los que viven en estos edificios y en las brownstones, las casonas angostas de fachada histórica neoyorquina, los que suelen dejar en sus puertas los libros de los que se quieren deshacer.
Dejar pasar los minutos en cuclillas, revisando las páginas amarillas de libros abandonados a los pies de los edificios más antiguos de Nueva York, es el primero de los recuerdos que guarda Arelis Uribe sobre las calles ciudad. El segundo, es escuchar a la gente conversar.
En Nueva York hay gente, y hay libros, y hay idiomas.
Uribe estudiaba un máster en Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York cuando empezó a tomar notas en su teléfono de las frases que escuchaba decir a la gente. Le fascinan el spanglish y otros crisoles linguísticos que abundan en la ciudad; producto de los movimientos del sur hacia el norte continental entre otros vaivenes migratorios.
“Cuánto más singular habla alguien, más maravilloso lo encuentro. Cómo los pájaros”. Me dice con la emoción abriéndose paso en su voz suave: “Hay que salir a escucharlos cantar”.
A Uribe le gustan los sonidos de la calle, le gusta atrapar las conversaciones al vuelo cuando sale a caminar y le gusta volcar ese léxico en los libros: porque la base de todas las buenas historias es el relato oral. “Una historia contada en una lengua que no es la que usamos todos los días para hablar se nos hace pesada y ajena”, dice. Al final las mejores obras son las que lograron cristalizar en los textos la lengua oral, mundana, cambiante, sujeta al tiempo y al espacio.
Pienso en el Martín Fierro y Uribe en el Quijote: “si es una lectura difícil es porque así se hablaba en el 1600, no porque Cervantes haya querido parecer docto”, dice, y su voz hace una pausa: “Se trata de saber capturar el lenguaje oral de un tiempo y lugar”, determina.
“Para construir un personaje y construir diálogos hay que usar la oreja. Ver una película o leer un libro y escuchar algo pretencioso enseguida genera distanciamiento, cuando se debería generar cercanía. Patricio Pron [escritor argentino] dice que al escribir uno tiene que intentar emular el efecto de estar contando un secreto al oído del lector”.
Quiltras, su primer libro, es un texto oral. Quiltros son los perros mestizos de la calle: criaturas salvajes y abandonadas de cariño. Quiltras son las protagonistas de las ocho historias que narra Uribe, hembras callejeras que a pesar de todo subsisten, arrastrando vidas mundanas en barrios pobres y olvidados. Adolescentes solas contra la crueldad y el despojo, mujeres con sed que se narran con la naturalidad y la crudeza de la oralidad.
—Me gusta escuchar acá en Valparaíso cómo habla la gente común. Escuchar cómo te ofrecen productos, conversaciones, peleas. Y fue después que me di cuenta: al rescatar la forma de habla de mi tiempo y de mi tierra, había estado escribiendo literatura chilena.
Cuánto, dónde, cómo y cuándo escribe Arelis Uribe:
Cuánto
Tiene un libro listo sobre el que lleva trabajando hace cinco años, tiene escrito a medias otro libro que es una compilación de seis historias, tiene dos cuentos a medio empezar, tiene en mente la idea de novela, tiene un libro traducido y varias canciones que reescribe y pasa del inglés al español. Todavía tiene mucho por hacer.
Dónde
Arelis Uribe batalla frente la computadora en la oficina que se armó en la casa. Trabaja en sus artículos, planifica sus talleres, y dicta sus clases de escritura entre dolores de espalda y sesiones de kinesiología. La cura a los males de escribir no la encuentra, y quizás no la haya.
—Pero sí para ser creativa hay que salir, de la casa y de la pantalla.
Arelis agarra la guitarra, agarra un cuaderno y se va a tomar notas a la playa o al parque para despejarse. Preferentemente, se sienta en la orilla del mar.
Cómo
—Tengo muchas ideas de escenas que quiero que aparezcan en el texto. Entonces armo collages: una hoja de papel, lapiz, tijera y pegamento. Escribo esas ideas en trozos de papel y les voy dando forma sobre el escritorio, los voy acomodando y los pego en una hoja. Es un trabajo manual. Lo necesito para sacar ideas de mí.
Apunta las ideas a mano y sólo cuándo tiene planificada la estructura del texto empieza a pasar todo a la computadora. Pensar la forma del relato es lo que más tiempo le lleva.
—Porque al final eso es la historia: es el orden en que vas contando los sucesos.
Cuándo
Arelis Uribe escribe cuando termina con sus otros oficios, “a la tarde, una o dos horas frente a la computadora. No más”. Arelis Uribe escribe cuando tiene tiempo, “porque la escritura es un proceso absolutamente ocioso y por ende, anticapitalista”. Escribe hasta que le empieza a doler la espalda y hasta que que se cansa, escribe todos los días un ratito o día por medio, igual que lo que practica tocar la guitarra.
—La escritura es un proceso de hacer un poquito todos los días. No se puede de un tirón. Tambien tengo que hacer otras cosas: dormir, cocinar, dar clase. Digo que es anticapitalista porque en el momento en el que estás creando es la alegría de crear y nada más.
De escritores a escritores
—Patti Smith decía que los libros no se terminan, los libros se abandonan. Y a mí me pasa eso, reviso textos que escribí hace veinte años y pienso cómo escribí eso; mi puntuación cambia, mi estilo cambia, mis preocupaciones cambian. Entonces nunca hay fin, se tienen que abandonar. Es como cocinar, se escribe hasta que se hace algo que funciona.
Para saber si el texto es comestible, si la estructura y la voz son las correctas, Uribe consulta con sus lectores de prueba: gente que le gusta leer y es capaz de criticar.
—Lo decía García Márquez, no le voy a pasar mí libro a alguien que sólo me va a tirar flores, sino alguien que me corrija los errores antes de pasar el texto por la imprenta. Mi mamá me pasa las faltas de ortografía, identifica las comas raras, palabras que inventé. Busco gente que me critique y que me ayude a crecer.
Recomendaciones bibliófilas
Caminando por el Upper West Side me encuentro con otra pila de libros en la vereda y varios más apoyados en el frente de una casa. Me detengo a mirar pero no me llevo ninguno —tengo dos libros en la mochila y no quiero cargar con más lecturas pendientes.
Los libros
Central Park, editado por Andrew Blauner: una antología de diecinueve cuentos y ensayos sobre el parque que es el más famoso pero no el más grande de Nueva York (ese es el Pelham Bay Park, en el Bronx). Mi favorito es el de Jonathan Safran Foer, The sixth Borough. La primera vez que lo leí pensé que era sobre desamor. Lo leo de nuevo y pienso que es sobre crecer. Si lo leés escribime y contame en qué te hizo pensar.
My First New York, Early Adventures in the Big City, editado por David Haskell y Adam Moss: los editores de The New York Magazine compilan cincuenta y seis testimonios de actores, autores y comedientes que escriben sobre la primera vez que llegan a Nueva York, entre 1933 a 2009. Lean el del escritor André Aciman, de 1986.
El café
Charlotte Cafe, sobre la avenida Broadway, me hizo a acordar a Buenos Aires. En realidad no tiene nada de porteño; es italiano y eso lo explica. Los dos capuccinos, el ambiente cálidamente ruidoso y las mesas de madera oscura son el refugio perfecto para un jueves nublado.
Entre 2019 y fines de 2022 Arelis Uribe constantemente recortaba la distancia entre Brooklyn y Downtown Manhattan, en subte, colectivo y a pie. Tiene recomendaciones bibliófilas por el área:
Las “Public Libraries”
Le gustaba estudiar en la Central Library de Brooklyn, una esquina monumental sobre Flatbush Ave, al borde de Prospect Park.
Cuando iba a la New York Public Library de la 5ta avenida, después de estudiar compraba café en cualquier puesto cerca de la plaza y paseaba la mirada sentada en alguno de los bancos de Bryant Park, escuchando a la gente pasar.
Un dato extra
Teriyakid es el argentino que hace “stooping” por las calles de Nueva York. Hace tours urbanos de “cirujeo”, recolectando cosas abandonadas a las que intenta darles una segunda vida: zapatillas, sillas, computadoras, lámparas, juguetes, gorras, carteras, sillones, espejos. Y libros, también.
Epílogo
Decime por acá sobre qué otro libro o autor te gustaría leer en una próxima entrega. Por acá me podés escribir por cualquier comentario, opinión o idea que quieras compartirme, y también podés responder esta newsletter a mi mail.
¡Gracias por leer!
Como siempre, que tengas un buen domingo. Que leas mucho.
Y que escribas, también.
Un abrazo,
Jessie