Dolores
A Dolores Gil, escritora, ensayista y redactora, le cuesta escribir: sobre sangre y miedos, anotaciones en el colectivo, malos recuerdos y otras penas que la palabra no cura.
Me escribe por mensaje que está atrasada: tuvo que hacer una corrida a la farmacia, pero ya llega. Veinte minutos más tarde se sienta, se pasa los dedos por el pelo oscuro y se acomoda los mechones que se escapan de la cola sujeta detrás de la nuca.
“Cada vez que me siento a escribir un texto, siento pavor”, dice Dolores Gil un viernes a la mañana.
Cuando se sienta a escribir, la mujer menuda que me mira de frente teme pero no tiembla. Con precisión de cirujana, con la delicadeza y la fatalidad de un cuchillo fino, Dolores afila la palabra y sabe clavarla en el punto justo, en el hueco exacto entre el horror y la belleza.
—Mi relación con la escritura es sumamente neurótica. Siempre me tengo que obligar a sentarme. Trato de evitarlo todo lo que puedo.
Dolores Gil es escritora, redactora y docente de literatura. Le cuesta escribir y quizás por eso cada frase que logra sacarse de adentro perturba y enceguece, quizás por eso cada oración escueta que imprime en el papel es la mejor que podría haber escrito.
Su primer y único libro se llama Parte de la felicidad y es un hacha de sesenta y cinco páginas que parte en dos a cualquier corazón sensible.
“Un domingo de septiembre de 1992, el día antes de la primavera, la enredadera que cubría gran parte del jardín de la casa de Cucha Cucha se prendió fuego mientras mi padre hacía un asado”.
Así empieza el relato autobiográfico de la autora. El padre corre al interior de la casa, sale con un matafuegos al jardín y en la desesperación se lleva por delante un ventanal que estalla en pedazos. Uno de los vidrios en punta que sobresale del marco de la ventana se clava en el corazón de la hermana menor de la familia: la sangre se derrama sobre la mesa y sobre las baldosas del piso de la cocina. El rojo oscuro salpica las cortinas y la heladera, mancha la calma del mediodía y arruina el resto de los días; ese domingo fatídico del 92’ los padres regresan del hospital sin Manuela en brazos.
Con oraciones cortas y palabras siempre precisas, Dolores Gil narra con crudeza su propia historia; una escena que podría haber sido anécdota si una, dos, o tres cosas arbitrarias hubieran sido distintas.
A los once años, la vida de Dolores se retuerce. Las palabras sangre y miedo se le enredan en el vocabulario y se repiten en adelante como condena. Más de veinte años después de la muerte de Manuela, Dolores tiene pérdidas sucesivas de embarazos, y una última hemorragia que vuelve a traerle el recuerdo de ese día de sangre en cuerpo propio.
Y entonces Dolores escribe. El eco de su hermana la persigue en sueños y la desvela en noches en que las que se levanta de la cama para chequear si su hijo respira. Y Dolores se sienta —a lo largo de la conversación usa como sinónimos esas palabras malditas: sentarse y escribir—, detiene los dedos sobre las teclas y se saca de adentro todo lo malo.
—Yo creo que este libro es un libro sobre el cuerpo. No me daba miedo cómo fuera leído o recibido, pero sí revivir esas sensaciones. La experiencia de escritura fue de volver a atravesar todas esas cosas en carne para ponerlas sobre la hoja, y eso fue en realidad lo mas difícil.
Dolores vive de las letras pero no se deleita con la escritura, “no soy grafómana para nada”, me dice, la mirada seria y los ojos veloces, siempre encontrando las palabras exactas. Escribir es la manera perfecta de hundirse y de salvarse. Quizás Dolores sabe que sobre la página se juega la vida entera y por eso teme contarla.
—Claro porque escribir no es algo que haga en contra de mi voluntad, porque no es así, pero es algo que para mí es una forma de sobrevivir, de poder habitar el mundo sin tanto dolor. Yo creo que lo que me alivió a mí de la escritura no fue elaborar lo que sucedió sino poder darle a mi hermana la entidad en el lenguaje. Esto lo supe a posteriori, al ver la recepción del libro y como se leyó: me di cuenta de que había hecho algo de devolverle la existencia a través de la palabra. Por eso no creo la palabra cure; sí creo que es una manera de subsistir.
Cuándo, cuánto, cómo y dónde escribe Dolores Gil
Cuándo
—No tengo ninguna rutina. Trabajo de escribir todo el tiempo, entonces es dificil separar los momentos de escribir mis cosas y no mis cosas. No tengo una rutina ni ejercicio. Mi rutina es pensar. Soy muy para adentro, entonces paso horas rumiando cosas, anotando, leyendo. Paso muchas horas tejiendo y pensando. El momento de escritura es un momento de sentarme cuando ya está bien maduro. Pero no tengo ritual, rutina, fetichismo. No tengo un método.
En 2019 le diagnosticaron un cáncer de mama y principios del año siguiente recibió a la pandemia empezando el tratamiento, sin trabajo y recientemente separada.
—Entramos en esta suspensión del cuerpo, a mí me estaba empezando a crecer el pelo, estaba recuperándome de la quimioterapia, había dejado de trabajar. Fue un momento en que el mundo estaba en suspenso, yo estaba también en suspenso, y tenía mucho tiempo. Fue un hiato. Un momento particular del mundo y un momento de mi vida de mucha demolicion.
Por eso el libro lo escribió rápido, “de un tirón”, dice con la pera apoyada en la mano. Le habían propuesto escribir un relato sobre la enfermedad, pero sabía que antes tenía que sacarse del cuerpo esta primera historia. Y se sentó.
Cuánto
—Yo no soy prolífica, todo lo contario. Soy concentrada y reducida. Cada idea tengo que picarla y sacarle el jugo, esforzarme en desarrollarla. Me cuesta mucho la extensión, la verborragia no me es muy natural. El libro es muy cortito pero para mí fue como escribir una novela de seiscientas páginas. Cada palabra fue escrita con horrores.
Cómo
—Escribo a mano un montón, siempre llevo una libreta. Para el libro escribí muchas notas en un colectivo, yendo algún estudio médico. Cuando se me ocurre la idea la anoto porque si no me olvido. Incluso me pasa mucho de noche. Me mando audios. El último newsletter lo escribí en un desvelo de las 4 de la mañana. Encima ahora no veo porque tengo presbicia, así que lo escribí sin mirar. Las anotaciones son la base de todos los textos.
Dolores pausa sus oraciones para pensar, busca detrás de sus ojos la palabra adecuada y el voltaje justo, y cuando tiene la oración la suelta con naturalidad, “no soy vueltera”, dice, “cuando tomo una decisión en la escritura, no vuelvo atrás.” Escribe como piensa, y Dolores piensa concentrado, escueto y punzante.
—Es como una gestación y un parto lo mío: pienso pienso pienso y cuando me siento, sale. En el proceso de transcribir las anotaciones a la computadora trato a las ideas como pepitas de oro, porque me cuesta llegar a ellas. La distancia entre lo mental y la página es abismal.
De escritores a escritores
Ideas y recomendaciones
—Cuando escribí la primera escena del primer capítulo, es una escena tan caótica y tan difícil de entender que tomé un consejo de la escritora de Elizabeth Gilbert. Ella decía, cuando tenés dudas sobre cómo contar una historia, empezá por el principio, seguí por el medio y después por el final. Ir a lo basico, un A B C. Hay muchos trucos que se pueden hacer, pero me parecía que eso era agregar algo que no era necesario para una escena de por sí compleja de narrar. Entonces dije, vamos a empezar desde el principio: ir al grano cero de la escritura. Fue una búsqueda en todo el libro de ser lo mas clara posible con mis palabras porque ya la materia era muy oscura.
—Hay algo raro en la escritura que es que en el momento en que te sentás sale algo que si te hubieras sentado en otro momento hubiera salido otra cosa. Eso es algo re desesperante para mí. Trato de no neurotizarme igual, trato de sustraerme de grandes pretensiones, de tener una escritura reconocida. Trato de que eso no me contamine mucho.
Su sonrisa consuela a los lectores que golpea con su historia, “yo ya estoy despegada del texto y del episodio”, dice con el brillo en la mirada. Escribe con la tragedia a cuestas, con un miedo grande al olvido que a pesar de todo es más débil que el pavor a de traer aqués día a la memoria; escribe con terrores y con el gusto por el detalle en la punta de los dedos; escribe batallando contra las letras y sufriendo la vocación por escribir; escribe con el desencanto de saber que la palabra no soluciona y que nada va a salvarla; escribe porque para cualquier otra cosa ya es tarde, porque la palabra no cura pero alivia las penas; se llama Dolores y llega tarde pero se sienta.
Recomendaciones bibliófilas
En Nueva York camino entre librerías, bibliotecas públicas y cafés —en los que me siento a escribir y a terminar de leer libros nuevos. Van algunos de mis lugares favoritos.
La librería: Book Club en Manhattan es un espacio cultural —bar, café, librería, club de lectura y de presentaciones de libros, escenario de eventos de música y de poesía oral. El sillón más cómodo es el azúl.
El café: entre todos los que se acumulan en las calles, me quedo con J-Café, en Pelham, un suburbio en las afueras de Nueva York. Porque hoy sábado llovió todo el día y fue mi única excursión y no me quejo; los días de tormenta me hundo en el libro y la taza de chocolate caliente.
Epílogo
Decime acá sobre qué otro libro o autor te gustaría leer en una próxima entrega. Voy a intentar cumplir. Espero tu respuesta :)
Gracias por leer!
Por acá me podés seguir y escribirme por cualquier comentario, opinión, pregunta o idea que quieras compartirme. También podés responder esta newsletter a mi mail.
Que tengas buen domingo, que leas mucho. Y que escribas, también.
Abrazo,
Jessie
Jessie, no había leído este texto antes y entre las muchas reflexiones y conclusiones que me dejó es que hoy mismo me compro el libro. Me gusta mucho todo lo de Vinilo, tengo casi todos los libros, pero este en particular no había sido capaz de comprar porque tenía miedo de lo que iba a encontrar en las páginas. Cuando leí fuego, lo dejé en el estante de la librería. Hoy, luego de este texto, no veo el instante de comprarlo.