Luciano Lamberti abre una puerta blanca de pintura descascarada, me deja pasar y, como si no nos hubiéramos conocido apenas treinta segundos antes, me dice: “Bienvenida a la cueva lambertiana del terror”.
Estamos en la terraza de un edificio en el barrio porteño de Caballito, que poco tiene de terrorífica. Hay juguetes de plástico por todos lados, dispersos sobre un césped artificial brillante que cubre la mayor parte del piso—“tengo muchos hijos”, explicaría Lamberti más tarde. Avanzamos hacia el fondo de la terraza y me invita a pasar a un cuarto de techo bajo—“Cuidado con la cabeza”, advierte—, que es donde sucede la alquimia.
Luciano Lamberti, escritor argentino de larga trayectoria—cuentista desde su juventud, poeta, novelista, colaborador en numerosos medios gráficos y tallerista de escritura—se sienta en una silla negra entrada en años y extiende la mano para indicarme el sillón de enfrente, donde me siento.
“Acá escribo”, me dice. Tiene cuarenta y siete años y el pelo canoso revuelto. Usa anteojos de pasta negra que dejan adivinar la miopía típica de un buen lector.
Detrás de él, hay un escritorio de madera donde descansa su computadora y se apilan decenas de papeles y de libros. También hay dos cajas de cigarrillos Camel, un paquete de yerba mate, un frasco de café instantáneo y una taza sucia. Una pila polvorienta de volúmenes de su novela La maestra rural (2016). Un par de lapiceras y otros objetos indefinidos que se pierden en la oscuridad del cajón bajo la mesada.
Estoy acá para entrevistarlo sobre su último libro, Para hechizar a un cazador—ganador del Premio Clarín 2023 y dueño de mis pesadillas desde que tuve la pésima y maravillosa idea de leerlo.
Me lo recomendó, primero, una librera en Buenos Aires, y después otro librero en Montevideo. Tentada por tantas buenas lenguas, lo compré (aunque no figuraba dentro de mi larga lista de pendientes) y convencí a mi mamá de que lo leyera primero.
Fue un gran error. La sinopsis en la contratapa no adelanta el experimento terrorífico que retrata la novela.
Para hechizar a un cazador es una novela que al mismo Luciano Lamberti le cuesta describir.
Julia camina por la calle en Buenos Aires hasta que una señora se le acerca y le dice que tiene algo para decirle. Tomemos un cortado, propone. Julia sabe—o quizás aún no lo sabe con certeza, pero lo intuye—que esta mujer tiene algo raro en la mirada. Pero acepta ir hacia un café, y Griselda, que así se llama la señora, le revela que es su abuela, y le asegura que ella, Julia, es una de los bebés apropiados durante la dictadura militar de 1976.
Julia siempre había sentido que había algo que no encajaba en su vida. Y quizás esa incógnita es la que la lleva a aceptar la oferta de Griselda de ir a visitar su casa en San Ignacio, Córdoba—allí donde Luisito, su padre, niño rico devenido en defensor cristiano de los pobres, y posteriormente en Montonero, vivió su corta vida.
Para hechizar a un cazador es un libro para empezar y no poder soltar ni para ir al baño (eso dijo mi mamá). Para subrayar, y llenar los márgenes de preguntas escritas con lapicera negra (eso hice yo). Para odiar y querer tirarlo a la basura, solo para volver a agarrarlo y llegar al final, y ya no poder dormir sino con un ojo abierto. Por las dudas.
“Yo no pensé que iba a ganar el premio porque viste que es medio morboso, cruel por momentos. Y violento”, dice Lamberti mientras ceba el primer mate. “Además, hice algo con la dictadura que es raro”.
—¿De dónde surge la idea de la novela?
—“En sus orígenes más primitivos quería contar solo una cosa, que está en el libro pero casi llegando al final, que es el ritual. El ritual de dos padres reviviendo a su hijo. Esa era mi idea primigenia.”
Lamberti quería escribir una “novelita corta y muy direccionada”, pero a ese primer capítulo le pareció que le faltaba más contexto. “Agregué entonces dos capítulos más, uno antes y otro después. Y esos dos capítulos necesitaron otros capítulos”.
En un principio, ni siquiera estaba la dictadura en la historia. “En un momento pensé que, evidentemente, esta cuestión de los que no pueden morir porque los desaparecieron, y de los que no pueden hacer el duelo porque no pueden aceptar la muerte, tiene que ver con los desaparecidos. Tiene que ver con lo que pasó con mi generación, que nos tiraron los muertos por la cabeza. Y a partir de esa cuestión simbólica pensé: esta historia es sobre la dictadura”.
Lamberti habla en voz baja, tanto que temo que mi grabadora no logre captar bien sus palabras. Enciende la pava eléctrica para cebar el segundo mate, pero la apaga enseguida al darse cuenta que el ruido del agua cubriría por completo la grabación. Enciende un cigarrillo.
–“Y ahí apareció otro problema, porque yo me había prometido nunca escribir un maldito libro sobre la dictadura. Se escribió mucho y no quería repetir lo mismo.”
Para hechizar a un cazador es un libro incómodo. Lamberti no explica la dictadura: la da por sentada. En sus palabras el pasado se reinventa, las escenas que llevamos grabadas en la memoria sobre ese periodo se mezclan con otras nuevas y absurdas. En este pasado, un centro clandestino de detención se convierte en un hotel de lujo opresivo y aterrador. En la novela hay muertes y hay muertos que no terminan de morir. “Son las omisiones las que te dan miedo, las que te angustian. Incluso te exasperan”, reflexiona el escritor.

Cómo
—“Escribí muchas versiones. A veces se cree que un libro sale perfecto de una, pero no es así. Va cambiando mucho hasta que queda bien. Es un proceso confuso, doloroso. No existe un momento de ¡Ah, Eureka!. Es trabajo, trabajo, trabajo, hasta que lo terminás. Hay escritores que tienen todo perfectamente planeado, pero a mí me cuesta... Yo diseño un poco antes de empezar: los personajes, la historia. Y después, se me va todo al carajo.”
—En el libro mantenés el equilibrio entre que lo que no se entiende y lo que comienza a entenderse de a poco. Como lector, uno siempre está al borde de la silla, temeroso de lo que va a pasar.
—“Sí, es una manía mía. Yo trabajo el libro así: como si el lector ya conociera la historia y yo solo la estuviera desplegando a lo largo de la novela. Como si entraras a la historia ya entendiéndola.”
La novela despliega distintos narradores y personajes que van contando la historia con sus voces. Está la voz que cuenta sobre ese primer encuentro entre Julia y su abuela, luego está la del profesor Cepeda, amigo de la infancia de Luisito; después la de la empleada doméstica de Griselda, la voz de Luisito hablándole a su pareja, y la voz del Cazador. “La historia ya está, y el lector ingresa a ella. Se va armando a su alrededor”.
Dónde
En la cueva de Lamberti los caños de agua corren por fuera de las paredes. A mi izquierda, el aire que despide un ventilador de piso nos salva del calor. Sobre las superficies planas hay, más que nada, libros: sobre la heladerita roja a mi derecha, que parece sacada de los años 60’, y sobre la mesita de madera y el escritorio. Libros de Ray Bradbury, de Michael McDowell y de Stephen King.
—“Esto era un depósito del edificio que pertenecía a nuestro departamento. Entonces, mi mujer lo vació: había ladrillos, arañas, tortugas, orangutanes, jirafas... Sacó todo, limpió, pintó y la dejó pipicucú. Yo escribía en bares, escribía en mi departamento…pero para mí, se escribe solo.”
Cuándo
—“Vengo todas las mañanas y trato de escribir al menos un par de horas por día. Si no me sale, pruebo a la noche cuando todos están durmiendo.”
Cuánto
—“Desde que escribí ese primer capítulo, me llevó... un montón. Como cuatro años. Porque fui haciéndolo de a pedazos, fui reescribiendo mucho y escribí otras cosas en el medio.”
Ahora, Lamberti escribe un guión para una película basada en uno de sus cuentos. La pantalla de su computadora, que permanece encendida durante todo el tiempo que estoy ahí, refleja un documento Word con cientos de palabras diminutas que serán atendidas cuando me vaya.
“No sé qué busco, a lo mejor conservar un recuerdo, embalsamarlo, alejarlo del oxido del tiempo, que todo lo corroe.”—Para hechizar a un cazador
Por qué
—“Todo lo que escribo viene de mi experiencia. No he torturado a gente en mi cobacha de escritor, pero en un punto todo tiene que ver conmigo. Lo que busco, realmente, es entretenerme y generar entretenimiento. El entretenimiento no me parece malo”. Lamberti se remueve en la silla, y da una calada al cigarrillo. “Otra razón por la que escribo es para darle orden al mundo. El mundo es un despelote y la vida no tiene arco dramático, es no entiendo, no entiendo, no entiendo, me muero. La literatura es lo contrario a la vida: es algo que tiene orden, que se piensa, que tiene sentido. Que llega a alguna parte.”
Gracias por llegar hasta acá.
Ojalá te animes a leer algo de Lamberti, te aseguro que no todos sus libros son tan terroríficos como este último (aunque es cierto que suele escribir con ese suspense bien perturbador que no es para cualquiera). Si les das una mirada a sus relatos y novelas, contame y los charlamos.
Por otro lado, estoy pensando cuáles van a ser mis próximas entrevistas, y me encantaría saber sobre qué autor o autora te gustaría leer un Bibliofilia. Si tenés ideas, comentalas por acá:
Gracias! Espero que tengas un buen domingo, y nos leemos pronto.
Un abrazo,
Jessie
Gracias por la recomendación. Muy entretenido tu artículo.
Mi novio ama a Lamberti. Se lo compro para las vacaciones. Pero me aproveche sin querer de su pánico a volar en el avión y empecé a leerlo como quien no quiere la cosa y quedé atrapada. La vida en la ciudad hace que lea solo en transportes. Ya lo estoy terminando! su escritura me inspiró un montón a escribir de nuevo! Quiero seguir leyendo a Lamberti.