Por teléfono con Martín Kohan
Entrevista al autor de "¿Hola? un réquiem para el teléfono": sobre nostalgias de pasados telefónicos y sobre escribir en cafés; manuscritos regalados, un Nokia 1100 y letra chica.
“Con lo escrito me pasa lo que no me pasa en el resto de la vida, que es que dejo atrás y paso a lo siguiente”, dice Martín Kohan. Es el autor de once novelas, cinco libros de cuentos, nueve libros de ensayo y decenas de artículos que una vez publicados no vuelve a leer nunca.
“El tipo de vínculo que tengo con la escritura está siempre en lo siguiente, y no para atrás” —dice acomodándose los anteojos redondos sobre la nariz— “Es lo único con lo que no tengo una relación de atesoramiento”.
De todo lo demás se aferra con fuerza.
Le gusta volver a visitar la casa en que vivió cuando era chico y solo dejó de llamar a sus ex novias en sus cumpleaños al sospechar que no eran saludos recibidos con el mismo entusiasmo. El escritor vive recapitulando: le gusta el pasado y le gusta hablar por teléfono.
—El otro día volvía de la cancha en auto y pasé por la casa de mis abuelos. Ya están muertos, la casa no es suya desde hace veinte años. Pero pasé y estaba la ventana abierta y miré la luz prendida de adentro y qué impacto. Casi choco.
Martín Kohan es Doctor en Letras y profesor de Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires y en la de la Patagonia. Es fanático de Boca y se nota. A sus espaldas cuelga una bandera del equipo y a lo largo de esta llamada va a decir las palabras “Boca” y “cancha” en seis ocasiones.
“Cuando voy escribiendo me voy olvidando”, afirma, “le doy a la escritura su sentido histórico: descargar la memoria”. A Kohan le cuesta sostener los recuerdos pero le gusta contar anécdotas, y las va cambiando a medida que pasa el tiempo.
—Viaje a Córdoba, vacaciones. Cuando vas al interior aparecen coches viejos. Y a mí me parecía que lo que me agarraba era un fervor automovilístico, le decía a mi mujer mirá el Renault 12, mirá el Peugeot 504, mirá el Torino. Y ella en un momento me dijo qué fascinación tenés…y yo pensé que la frase se completaba con con los autos. Pero no, me dijo qué fascinación tenés por el pasado. Lo cual es absolutamente cierto.
Los fogonazos visuales del pasado que lo atacan cuando maneja, la nostalgia por lo antiguo y cierta melancolía por las viejas formas se filtran en su último libro: ¿Hola? Un requiém para el teléfono. El ensayo saca costumbres del olvido, toma la conversación telefónica como reliquia en desuso y la analiza retomando personajes populares y lecturas en las que el teléfono tiene el rol protagónico.
Kohan recorre la historia del teléfono como objeto transformador de los vínculos sociales y apunta contra su devenir en el “móvil”; aquello que seguimos llamando “teléfono” pero con el que hacemos de todo menos llamar.
Borges y Proust se mezclan con Tangalanga y Susana Gimenez en el recorrido cultural del teléfono como símbolo. Es una narración corta que hilvana pensamientos agudos: de Georg Simmel a la Hot Line, el Teléfono Roto, el Teléfono Rojo, Menem, Puig y Charly García.
—No quería incurrir en el viejazo de hacer un libro añorando el pasado. Traté de cuidar que no se volviera en una militancia por las viejas formas, pero quizás la melancolía se filtró más de la cuenta. Lo que me gustó es la idea de poder despedirse melancólicamente de algo que en rigor todavía está.
El réquiem total de la telefonía todavía no llega —al menos mientras sigan llamando las empresas y las encuestas. Un tweet de Tamara Tenenbaum. Pero la conversación telefónica se está perdiendo: según el Ente Nacional de Comunicaciones el total de llamadas salientes decrece: en octubre-diciembre de 2015 eran más de 9 millones y hoy están cerca de ser 5 millones.
Le pregunto cómo es hoy su relación con el teléfono y me dice “es total”.
Pero no es total la de la gente.
Se llama poco y el escritor extraña el hábito. Me muestra su celular: un Nokia negro, sin conexión a internet. Sin WhatsApp. Tiene el teclado numérico de los que hay que apretar los botones varias veces para tipear cada letra.
—Recibo mensajes ridículos diciendo ¿te puedo llamar?, a lo que contestó sí. Recibo otro mensaje de texto, ya me molesta un poco, preguntando cuándo, contesto cuando quieras. Cuando el teléfono suena lo atiendo, tan sencillo como eso. Con lo cual me siento perfectamente conectado, perfectamente accesible.
Pero la gente no llama.
Nunca en la historia fue más fácil hacer una llamada, incurrir en el fenómeno demencial de la conversación por teléfono; poder hablar con otro que no está, sentir en el oído el susurro de una voz que sale en el mismo instante de un cuerpo que se encuentra en otro lado.
La conversación sincrónica a distancia es un milagro casi, una proeza contra el sentido común del tiempo y el espacio. Y sin embargo nos decantamos por la comunicación en forma de telegrama, la disociación de los momentos de emisión y recepción, la evasión del encuentro directo con la persona con la que queremos hablar.
Para el escritor, la primacía del mensaje de texto y de voz son dos formas de expresar un mismo estado de los vínculos sociales y personales:
—Hay una preferencia de hablarle al otro cuando no está, de debilitar la comunicación sincrónica, de preservarse del otro. Y yo no me encontré a nadie que diga esto es maravilloso. La función de acelerar la velocidad de los mensajes de voz es un indicador objetivo de que la gente no aguanta más escuchar audios. El resultado no es más autonomía si no más agobio.
Más tecnología pero menos comunicación.
Adentro - Afuera 📞
Antes el teléfono era un objeto propio de la casa. Incrustado en la esfera de la intimidad familiar, sobre la mesita del living o colgado en la cocina, el teléfono era parte de lo privado a la vez que la conexión directa con el exterior.
El ensayo de Kohan toma de Walter Benjamin la idea de la dualidad simbólica del teléfono: la combinación que guarda el objeto entre lo íntimo y lo externo, la posibilidad de estar adentro y comunicarse con el afuera, el escuchar en la intimidad una voz que está en otra parte.
—Con el teléfono se hablaba a solas con el otro, y al mismo tiempo cada uno de los dos también estaba solo. Ese grado de intimidad era todavía mayor, en un punto, al de dos personas solas en una habitación.
Kohan conversaba por teléfono adentro de la cama, “en una situación de repliegue máximo de soledad e intimidad intensificada”. Y en esa escena estaba la otra persona, la que hablaba teléfono mediante, estando afuera pero también estando adentro, acortando esperas y estirando ilusiones en una cercanía imposible que ya casi desapareció.
—Con el celular esa dicotomía creo que se debilitó mucho. No es lo mismo mandar un mensaje que hablar por teléfono, se pierde esa presencia de una voz que es cercana y lejana a la vez.
Llamamos menos por teléfono, y lo hacemos en público; no esperamos a estar en casa para hablar, al resguardo del mundo y bajo frazadas. Así se pierde el intercambio telefónico como relación social específica, el habla anclado a la pared, la conversación entre dos pero sujeta al momento de soledad.
“En algún momento del día te puedo llamar?”, le mando un mensaje a mi amiga Sofía, estudiante de derecho y lectora ávida.
“Nos podemos tomar un café mas tarde si querés”, responde.
Me acuerdo de Martín Kohan y su frustración: “No me quiero encontrar con la gente”, había dicho, “a veces solo quiero hablarles por teléfono”.
Mi intento de revitalizar la telefonía también queda truncado así que nos sentamos con cafés con leche y hablamos sobre el libro ¿Hola?. Sofía me dice algunas cosas curiosas:
El celular constantemente le interrumpió la lectura.
No le gusta hablar por teléfono. “Es una situación muy tensa”, dice. Llamar es su último recurso y cuando tiene que hacerlo reza para que no le atiendan.
“Hay algo en la conversación telefónica de no poder volver atrás,” observa, “en cambio, el chat sí te lo permite.” En el desapego con el presente, los mensajes habilitan la revisión del pasado, incluso la edición y corrección de posibles malinterpretaciones.
“Estamos en una instancia post verbal”, propone: “intercambiamos expresiones que ni siquiera son mensajes en sí mismos.” Memes, stickers, reacciones en Instagram; los formatos se comprimen y comunican a mayor velocidad pero no suplantan la conversación.
Un diagnóstico sobre el fin de las conversaciones largas: “Ahora hablamos más veces por día pero en periodos de tiempo más breves y con mensajes cada vez más cortos. Así comunicamos menos”
Más allá de su desprecio telefónico y su defensa del audio, Sofía recomienda el libro.
Me promete que la próxima vez me deja llamarla.
Cuánto, cómo, cuándo y dónde escribe Martín Kohan 🕮
Cuánto
—La primera escritura me lleva dos meses, dos meses y medio. Mis borradores son bastante definitivos. Pienso mucho antes los libros, entonces cuando me largo a escribir la estructura ya está definida. No hay sucesivos borradores ni transformación de versiones. Lo escribo, después lo estaciono un poco y lo paso a la computadora; pasarlo a veces me lleva más tiempo que escribirlo.
Cómo
—Mi escritura es manuscrita, siempre. Escribo a mano, lo termino, lo dejo estar, lo releo. Si me convence lo paso a la computadora, lo imprimo y lo corrijo. Y cuando lo publico ya está, no vuelvo sobre la que escribí.
Al revés que con las zapatillas viejas que acumula “por las dudas”, de sus libros se desprende: no releé lo publicado y sus libros los regala todos, incluso los cuadernos manuscritos.
Me muestra una cuaderno azúl de tapa dura, letra cursiva apretada entre los renglones de las páginas blancas. La tinta gruesa me impide leer qué es lo que dicen esos garabatos chiquititos, curvas azúl oscuro inclinadas hacia la derecha.
—Esto lo estuve escribiendo ayer, es la próxima novela, si sale bien, sí. En general uso cuadernos Rivadavia que tienen renglones más espaciados. Yo tengo la letra chica.
Cuándo
—En un momento empecé a esperar a tener tiempo libre para escribir: ahí vi el riesgo de ser alguien que escribe en vacaciones. Y escribir no es mi hobby, es parte de mi trabajo. Así que ahora decidí escribir igual en medio de las clases y las entrevistas. La idea del escritor de vacaciones no me sirve, me iba a generar una situación de hostilidad interna entre la escritura y las clases. Y yo necesito lograr que convivan porque me gusta hacer las dos.
Dónde
—Escribo, leo y como en el bar todos los días desde hace veinte años. Hasta los domingos de invierno lluviosos, me levanto, voy al baño y voy al bar.
El bar equilibra el adentro y el afuera, reposa en esa hibridez entre la calma de lo interno y el murmullo exterior. Martín pide el café y lee y escribe, pero no aguanta mucho tiempo con la mirada entre las letras y se pone los anteojos redondos, levanta la cabeza y mira a la gente hablar. En ese ir y venir mental que habilitan los cafés encuentra el ritmo perfecto, el equilibrio justo entre concentración y distracción.
Su lugar preferido La Orquídea, el café de mesas y sillas de madera, mozos que saluda cada día y siempre son los mismos, cortados que se piden levantando la mano en el gesto inequívoco que acerca los dedos índice y pulgar: un bar normal en una esquina normal en Avenida Corrientes.
—Es especialmente bueno por una razón simple y compleja al mismo tiempo: porque es un bar común. Y raramente, lo común se ha vuelto extraño. No es sofisticado, no es palermitano, no es un bar literario, no es un bar notable. Es común. Es perfecto.
Ya sabés dónde lo podés encontrar.
Extras ☎️
Hace poco me preguntaron por mi canción favorita y respondí Telefonía, de Jorge Drexler. Viene al caso.
“Si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…”
Son los últimos versos del último poema que escribió Alfonsina Storni, Voy a dormir. Lo envió a La Nación tres días antes de entregarse al mar.
Cuerpo a tierra (2015) es un cuento de Kohan donde el teléfono es la columna vertebral de la historia: el narrador solo busca una razón para llamar a una mujer —viuda reciente de su mejor amigo— y conversar. Se lo comento pero el escritor no lo recuerda.
Argentina encabeza el ranking mundial de spam telefónico. Te podés inscribir en el Registro Nacional No Llame para no recibir llamadas publicitarias y encuestas. Datazo.
Recomendaciones☕
El café para ir leer: La cafería, en Belgrano sobre Av. Lacroze. Tiene solo tres mesas, paredes rosas, buen wifi y un té frío con el que termino de escribir esta newsletter.
El libro: Cómo usar un cuchillo, de Fernanda García Lao. Lo compré porque me gustó la tapa. Los veintisiete cuentos cortos apuñalan hondo. Recomendadísimo.
La librería: Esta semana fui a Falena. Solo abre de lunes a viernes de 15.00 a 19.30h. El jardín interno de la casona antigua y las estanterías de libros ordenados por región valen la pena, si tenés un ratito pasate.
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Decime acá sobre qué otro libro o autor te gustaría leer en una próxima entrega. Voy a intentar cumplir. Espero tu respuesta :)
Gracias por leer!
Que tengas buen domingo. Y llamá a tus amigos.
Abrazo,
Jessie