Apoyo sobre la mesa el libro corto que leí durante un viaje en colectivo, y que me hizo reir y llorar a partes iguales. Estamos sentados codo a codo en la barra al fondo de una cafetería en Palermo, en Buenos Aires, de esos locales que tienen sillas altas e incómodas, la música ambiente fuerte y el café tibio se pide antes de sentarse.
Diego Geddes, nacido en Bahía Blanca, periodista y escritor, me lleva varias cabezas. Usa un sueter sobre una camisa estilo leñador y toma un flat white. Publicó artículos en diversas revistas nacionales e internacionales, escribe en el diario Clarín, es editor en A24.com y es columnista en Radio con vos.
Además escribe el newsletter “Diario de la procrastinación”, un diario personal de apuntes inconexos sobre su semana, que publica con impecable rigurosidad hace más de cinco años y que leo cada sábado de manera religiosa.
Usando como base las entregas del newsletter, el año pasado publicó su primer libro: “Esto lo podría estar inventando” . En su forma acabada, es un texto breve e híbrido. No es una biografía ni un memoir; el estilo narrativo le escapa a la novela y el contenido, en el borde entre lo real y lo ficticio, impide que sea una crónica.
“Es un diario desordenado”, explica Geddes mientras apoya su café sobre la barra. “Es un diario sin fechas. De observaciones cotidianas y de reflexiones”.
Cuando le cuento a una amiga acerca de Esto lo puedo estar inventando, le digo que es una colección de memorias dispersas del autor. Pero es más que eso. Es una forma de conectar hacia atrás los recuerdos que componen la vida de una persona cualquiera.
Lo que empieza como un diario íntimo se convierte en una suerte de archivo de momentos absurdos y de datos inútiles. Un repertorio de pensamientos y escenas poco glamurosas que se suceden una tras otra sin moraleja. Retazos de una vida normal que solo cobran gracia en la pluma de Geddes.
Lo que más me sorprende es descubrir que los párrafos no se conectan de manera lineal, sino son un torrente de ideas y emociones que van desde recuerdos lejanos de la infancia hasta escenas inmediatas de la cotidinanidad.
Lo que los une es el ingenio de Diego Geddes, siempre capaz de deslumbrar en menos de tres palabras, y un sutil hilo narrativo que organiza la marea desordenada de pensamientos. “Es un periodo de mi vida marcado por dos hechos trascendentales: la enfermedad y muerte de mi madre, y los primeros años de la paternidad”, dice el escritor. Entre esos dos extremos de la vida, escribe con gracia, sin solemnidad, con ternura y honestidad. Es una escritura despojada de pretensiones.
Cómo
“En principio eran los mismos textos del newsletter, pero después el libro empezó a tener un funcionamiento propio. Para montarlo agarré todas las entregas, desde el principio hasta 2021, las junté en un documento, lo imprimí, y fui tachando lo que no iba, depurando, encastrándolo de a partes y agregando cosas. También lo fui desordenando”.
“Los capítulos los puso el editor, yo había escrito todo un choclo. Los subtítulos ahora ayudan a darle un respiro”
Cuánto
“Lo entregué antes del mundial. Noviembre de 2022. Todo ese año trabajé en el texto pero fue bastante amable el proceso. Yo tenía ya casi todo escrito. Me habrá llevado un año editarlo, pero tampoco full time”.
Cuándo
Diego escribe los viernes. En general a la mañana y luego edita a la noche. “Para escribir el newsletter, las observaciones de la semana las voy anotando en el celular. Me las mando por WhatsApp”, me muestra el contacto al que le envía las ideas: grupo de yo.“En una época le dictaba”.
Por qué
“Por qué escribo, no lo sé. Fue un poco un oficio, pero basado en intereses, siempre me gustó leer”.
“Diría que escribo porque es lo que mejor me sale. Si tengo que decirle algo a alguien me sale mal; si le mando un mail me sale mejor. Tan simple como eso”.
Geddes es el anti-hacedor. Igual que en su Diario de la procrastinación, donde se jacta de ser un experto en la nada, su libro es también un vertedero de ocurrencias que nunca llega a poner en práctica. “Si tuviera la voluntad de hacer todo lo que ambiciono, no sería yo”, escribe.
Uno de esos proyectos inacabados que atraviesa toda la trama del libro es algo que Geddes llama “Atlas Universal de los Recuerdos”. “Yo tenía la idea de que podés definir a una persona describiendo a todas las personas que recuerda”, explica Geddes mientras se inclina sobre la barra para terminar su galleta red velvet con chispas de chocolate.
“Siempre me acuerdo de gente y no sé por qué. Me acuerdo muy seguido de un portero de un lugar donde vivía con amigos hace años, y me pregunto: ¿por qué me acuerdo tanto de este pibe? ¿Por qué me acuerdo de tantas cosas?”
Así, a modo de Atlas, se le ocurre recopilar todos los nombres arbitrarios que se acumulan en su memoria. “Obviamente, uno tiende a pensar más en las personas importantes de la vida, pero la realidad es que el cerebro no es tan lineal”, reflexiona. Como fiel reflejo de eso, entre los párrafos serios sobre el paso del tiempo, la enfermedad y el duelo, aparecen personajes aleatorios que pasan como destellos fugaces por su mente: un viejo amigo del colegio, el nombre de una víctima de una broma telefónica. El escritor se distrae, procrastina. El texto está lleno de disgreciones, y esa es precisamente su genialidad.
Además
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Eso es todo por hoy. Espero que tengas un lindo domingo.
Nos leemos,
Jessie
Vi el libro en la FED y pensé que será uno de los próximos que lea 😊
Gracias Jessie por traer lecturas amenas y ágiles a mi fin de semana!!!