“Yo no quería escribir para chicos”, me dice Eddie Fitte mientras alisa con cuidado un papel para armarse un cigarrillo.
Estamos en el patio de un café en el barrio de Belgrano, en Buenos Aires. Es un martes por la mañana y el sol de diciembre pega fuerte. “Quería escribir una historia basada en algo que yo hubiera investigado. La carrera de Almendra nació como el relato de una perra rescatada de un refugio, inspirado en mi trabajo sobre el canódromo de Córdoba. Como trata sobre perros, al final pensé que podía ser un libro para chicos”.
Almendra, la protagonista de su primera novela, es una cachorra que nace en el seno de una familia de campo, tradicional, terrateniente y activa en el negocio de las carreras de galgos. Desde Córdoba, sueña con escapar al barrio porteño de Palermo, donde ha oído que los perros viven en departamentos, entran en los negocios y beben agua de los cuencos que la gente deja en las veredas para ellos.
Ahí los perros tienen más derechos que las personas, piensa Almendra antes de emprender su viaje sinuoso a la capital. A través de su aventura, el libro expone el mundo de las carreras de perros y el maltrato animal que las rodea. Hay amistades y aprendizajes, también angustias y pérdidas. Escrita con infinita sensibilidad y humor, es una historia para chicos que tiene poco de infantil.
Al otro lado de la mesa, Eddie se recuesta sobre el respaldo de la silla—una de esas duras, de acero, que invitan a levantarse pronto—y se concentra en el cigarrillo que enrolla con sus dedos largos.
“Desde que tuve hijos, empecé a convivir mucho con la literatura infantil. Y no me gusta leerles algo que a mí no me atrapa. Quiero leerles historias que también me emocionen como adulto”.
Eddie tiene el pelo negro azabache revuelto. Viste jeans negros y una campera de cuero que le da un aire de rockstar fuera de contexto. Debajo, asoma una remera blanca con la cara de Charles Bukowski estampada, capturado en una mueca grotesca, como a punto de lanzar una carcajada o una maldición.
“Soy un hijo de Disney. Tenía en mi casa 4 o 5 VHS que veía en un loop infinito. Esa era una época bastante oscura de las películas para chicos, con historias como 101 dálmatas o El Rey León. Muy intensas, con temas fuertes como la muerte y la traición. Creo que una buena historia tiene que tener eso”.
Eduardo Giménez Fitte, nacido en Buenos Aires en julio de 1987, es un escritor, periodista y productor argentino. Inició su carrera escribiendo para el diario Clarín y como documentalista en Telenoche. En lo que terminó siendo una extensa carrera periodística, entrevistó a modelos y boxeadores, políticos, artistas y escritores. En una ocasión divulgó información sobre un caso de espionaje británico en la Argentina y en otra, sobre el encubrimiento de la familia de un jerarca nazi en el país. Trabajó para medios nacionales e internacionales como América TV, Discovery Channel, CNN en Español y VICE.
Rodó documentales en más de 60 países en los últimos 10 años. A través de su productora independiente, realizó un documental sobre Bizarrap y otro sobre la vida de Ricardo Fort. Recibió reconocimientos por su excelencia periodística y también por su compromiso social, colaborando con UNICEF en proyectos enfocados en la juventud.
“Desde chico quise escribir y publicar”, me dice Fitte. “Pero también me gustaba mucho la música. En especial lo que generaban las personas que se paraban sobre el escenario. Descubrí que siendo periodista podía estar, por un rato, en el lugar de los artistas, y compartir esa sensación de idolatría de los que están abajo; respirar el aplauso, el vitoreo y la locura, sin tener que salir a tocar. Solo tenía que estar atento a lo que pasaba y contar cosas”.
Mientras inhala el humo del cigarrillo, Fitte me dice que, si tuviera que definir su carrera profesional, la describiría como deforme. “Siempre fui bastante terco. Si creía en algo, lo hacía. Si alguien me decía que no era bueno, yo seguía probando. Buscaba otras 100 opiniones si hacía falta. Empecé escribiendo hasta que descubrí que, aunque era extremadamente tímido, no tenía problemas frente a la cámara”. Así, a los 21 años ya estaba trabajando en televisión nacional, hablando en un noticiero para 3 millones de personas.
En 2008 publicó sus primeras poesías en una antología, y en 2015, su primer libro de cuentos, Un c*lo en mi ventana: cuentos para incultos (2015). Después, siguieron otros títulos como Pungueate este libro: cuentos psiquiátricos (2017) y Los Escoltas y el secreto plan del peronismo para viajar en el tiempo (2021).
“Hay investigaciones que me volvieron loco y a partir de las cuales me imagino ficciones plausibles. Me interesan mucho el nazismo, la Argentina del peronismo, las pretensiones industrialistas del desarrollismo de fines de la década del ‘40, la Segunda Guerra Mundial y el espacio. Me maravilla pensar que nosotros dos, diminutos, chiquititos, con nuestros cerebros insignificantes, estamos cerca de estos agujeros negros que se están devorando todo. E igual estamos acá en un café, hablando de la historia de un perrito. Me parece fascinante, me hace doler la cabeza. Me genera vértigos cerebrales”.
Eddie habla de manera atropellada y a una velocidad vertiginosa. Cada pregunta que le hago dispara respuestas varias, sucesivas, conectadas por un hilo indescifrable para el oído poco atento.
“Cuando investigué y publiqué historias sobre las carreras de perros, terminé odiado por todos. Los galgueros me odiaban, y los defensores de los galgos también. Eso me llevó a pensar que ahí había algo, había una historia. Así empecé a escribir Almendra”.
—Hay una tradición literaria muy argentina, que no sé si es consciente o no en tu libro, que es la oposición entre la civilización y la barbarie. La oposición entre la cultura del campo y la de la ciudad. En La carrera de Almendra hay algo que puede leerse en esos términos sarmentinos—le digo.
Eddie Fitte se ríe y se acomoda en el asiento.
“No es algo premeditado, pero sí es parte de mi historia. Vengo de una familia muy aristocrática, patriarcal, de esas fundacionales de la Argentina. Y eso, para mí, significó el privilegio de pertenecer a determinado círculo social, y de conocer muy de cerca la vida agropecuaria tradicional: los cascos de campo, la relación con los peones, el casero, la hacienda, los caballos, los animales, el ideario dios-patria-familia…Es la naturaleza ideológica del 99% de mi entorno”.
“Mi viejo era la oveja negra de toda esa fauna. Salimos de esa vida y nos encontramos en la urbe sin nada. Con toda la naturaleza de mi historia y de mi personalidad, fui contraponiendo la vida de ciudad a la vida de campo, la vida oligárquica contra la vida de alguien que vive en una manzana, donde estás como un pajarito uno arriba del otro, en pequeñas cajitas donde no entra la luz…Todas cosas que fueron quedando en la novela. Me resultaban fáciles de relatar porque son mi vida y mi historia”.
—En el libro dejás expuesto que la gente de Palermo condena las carreras de perros del interior, pero sobre la Avenida Libertador hay un hipódromo donde se hace algo parecido con los caballos.
“Hay gente que tiene dos o tres galgos en el departamento. Y ahí surge esa contradicción, ¿qué tan libre puede ser un galgo en ese contexto? Las carreras de perros están mal. Sin embargo, hay un ejercicio de libertad que no se puede realizar en un departamento. Me gusta explorar esas contradicciones. Me gusta encontrarlas en los demás porque también las busco en mí mismo. Me siento muy urbano, muy rebelde, pero vengo de una familia pacata y tradicional. Ya me amigué con la idea de que siempre voy a ser contradictorio”.
—¿Cómo son tus lecturas? ¿Alguna que haya inspirado este libro?
“He leído muchísimo en mi vida. Mi lectura es muy compulsiva, pero poco intelectual. A Borges, por ejemplo, recién estoy llegando ahora. Hay libros en mi casa dando vueltas desde siempre, pero nunca tuve esa inquietud por leer cosas que me resultaran complejas o que me alejaran de lo que busco en un libro, que es una historia que me cuente algo interesante”.
Cómo
“Ahora ya estoy más viejo y digo las cosas que siempre insulté de los escritores. El asalto de la inspiración aparece cada vez menos”, dice Eddie. “Antes escribía de forma muy brutal: me sentaba a escribir sin parar. Escribí como 60 cuentos en 5 o 6 años. Era una especie de inmolación”.
Cuándo
“Cuando tenés hijos, la noche sigue siendo la respuesta a todo. Yo siempre fui un tipo muy nocturno. De noche no hay tanta notificación, no hay tanta historia, no hay nadie a quien le vayas escribir a las 3 de la mañana que valga la pena. Es un horario para estar con uno”.
Dónde
“Jamás pude escribir afuera. No podría escribir acá, en un café, porque para mí es inevitable escuchar lo que están hablando los de las mesas de al lado”.
Por qué
“La literatura es la evolución de las conversaciones que uno tiene consigo mismo. Quizás me cuento historias para entender mi vida. Acá charlando con vos, pienso que yo soy un poco Almendra”.
“La escritura es una pistola que uno pone arriba de la mesa y es un arma frente a los miedos. Les da forma a los monstruos y les da una historia, hasta que te das cuenta de que no existen. Todos tendríamos que ser escritores, incluso escribiendo como el orto, escribiendo horrible y con faltas de ortografía. No existe un ser humano que no necesite escribir para sobrevivir”.
Gracias por llegar hasta acá. Esta fue la última edición de Bibliofilia del año🌻
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Me despido y nos reeencontramos en enero por acá. Te mando un abrazo grande.
Nos leemos,
Jessie
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Muy buen articulo!! gracias por compartir
Amo a los animales. Es bueno que se visibilice el maltrato que sufren
de parte de los humanos. En la rural vi el sufrimiento de una vaquita
con un sol fuerte, calor , perseguida infinitas veces por valientes jinetes.
Muy bueno el artículo