Ricardo Siri es un historietista, editor e ilustrador argentino. Es más conocido como Liniers, nombre con el que firma cada una de las tiras de Macanudo, una historieta tierna, surrealista, siempre ecléctica, de un humor agudo y una filosofía sensible que me fascina cada vez que la encuentro entre las páginas del diario.
Las viñetas de Macanudo se publican en el diario argentino LA NACIÓN desde hace más de dos décadas. En estos años sus ilustraciones también aparecieron en revistas como Rolling Stone, The New Yorker, Spirou y Playboy. Además pintó grandes murales en exposiciones y librerías en Brasil y Estados Unidos, ilustró portadas de libros y diseñó las tapas de discos de música—entre ellas, las de Kevin Johansen, un gran artista y viejo amigo a quien acompaña en sus giras internacionales, dibujando en vivo sobre el escenario.
Hoy Liniers vive en Vermont con su esposa Angie, sus hijas Matilda, Clementina y Emma, y su perro Elliot. Este mes estuvo de visita en Buenos Aires y nos encontramos en un café en Recoleta, donde le pregunté cómo, cuándo, dónde y por qué escribe (y dibuja) su maravillosa historieta Macanudo.
Podés leer la entrevista por acá:
Además de los 18 libros que compilan las tiras Macanudo, en los últimos años el historietista escribió más de 10 libros para chicos, publicados en una decena de países y traducidos a varios idiomas. Los sábados son como un gran globo rojo (2013), Buenas Noches Planeta (2018), y Flores salvajes (2021) son mis favoritos.
Este mes publica su último libro para chicos, Cuentos de noche: relatos de latinoamérica, en el que nos vuelve a llevar de paseo por su universo, de estilo inconfundible: ilustraciones con acuarelas vibrantes, trazos desdibujados, un humor sencillo y perspicaz, una forma única de narrar las historias y un lenguaje visual que se identifican a la distancia.
La diferencia con sus otros trabajos es que los personajes y cuentos de este libro no salen de su imaginación sino de sus recuerdos: se trata de una compilación de tres relatos populares de América Latina, narrados con todo lo mágico y lo oscuro que caracterizan a las historias del folclore regional.
En el libro, cuando las luces se apagan y cae el silencio, dos hermanos se susurran cuentos antes de dormir; el primero es La sirena y el delfín rosa, un relato tomado de la cultura popular brasileña; el segundo, La lechuza de la perdición, un mito proveniente de México; el último, La luz mala, es una historia inquietante situada en las pampas argentinas.
En la introducción, David Bowles, experto en cultura y literatura latinoamericana, explica el contexto de estos relatos y mitos que surgieron en los distintos pueblos nativos de la región, y que se fueron transmitiendo a lo largo de los siglos.
Los tres cuentos elegidos por Liniers conectan lo conocido con lo desconocido, ofrecen explicaciones maravillosas y sobrenaturales para lo que no se puede comprender de la naturaleza, y se sumergen de lleno en aquello que nos resulta tan fascinante como aterrador.
¿Cómo fue tu viraje hacia la literatura infantil?
“Macanudo empezó para mí mismo. Era la historieta que a mí me hubiese gustado leer en el diario, una tira que todos los días me tomara por sorpresa. Cuando empecé a escribir libros para chicos, ahí hubo una manera diferente de encarar el trabajo; ya no soy yo el lector, sino un montón de chiquitos que yo no conozco y que son todos diferentes. A la gente le gusta pensar que son todos iguales o que son todos buenos. No son todos buenos; hay niñitos que son insoportables, y también van a ser insoportables de grandes”.
“Entonces me pregunté: ¿cómo hablo con los chicos sin subestimarlos como personas? Y lo primero que me di cuenta es que no quería intentar enseñarles nada; no sentía que era mi responsabilidad educar a los hijos de otros”.
“Lo único que quiero que le pase a un chico cuando lea mi libro es que, ya sea porque se rió, se asustó, sintió tristeza o felicidad, o lo que sea, lo termine y diga: ‘quiero otro libro’. Quiero que les pase algo lo suficientemente interesante como para que quieran leer otro libro más, y otro más”.
Nombraste la sensación de susto, y este nuevo libro es sobre asustarse. ¿De dónde sale la idea de contar e ilustrar estos relatos latinoamericanos de miedo?
“Viviendo ocho años en Estados Unidos, primero vi el proyecto como la excusa para reconectar, y hacer memoria de los cuentos que recordaba de cuando era chico en Argentina. Lo segundo fue que, con mi hermana Juanita, de chicos dormíamos en esas camas marineras de dos pisos. No me acuerdo de qué hablábamos, pero sé que nos contábamos historias antes de dormir”.
“A mí me gustaban mucho los cuentos de terror; me gustaba la adrenalina del cuento de miedo y luego la sensación de haberlo sobrevivido. Entonces, en este libro quería poner un poquito de eso, pero sin aterrorizar a los niños”.
“Cuando sos chiquito, qué linda la imaginación, pero también la imaginación se te puede volver traicionera; pensás que hay algo que puede salir de debajo de la cama. En mi casa de chico había un pasillo, y en el medio estaba el baño. Yo me acuerdo que, a la noche, corría de una punta del pasillo a la otra porque pensaba que algo podía salir de esa puerta”.
¿Escribir estos cuentos es una forma de recuperar esa imaginación, que se pierde con el fin de la infancia?
“Yo trato de mantener ese puente bien cuidado con la infancia. Es una época que me interesa porque es la única en la que sos vos al 100%. Todavía no sos de izquierda ni de derecha, ni sos religioso ni ateo; todavía no te pasaron traumas que hayan transformado tu personalidad. Yo ahora no sé cómo soy, porque hay un montón de capas y cosas que me influenciaron, para bien y para mal”.
Estos cuentos para chicos, especialmente los relatos latinoamericanos, se construyen en la oralidad.
“Sí, los cuentos de noche son todos aquellos que me llegaron porque me los contaron. El de la Luz Mala lo puse como el de más miedo de todos porque a mí me lo contaron cuando tenía 7 años y fui a visitar a mi primo en La Pampa, Argentina. Andábamos en unos caballos que eran más grandes que nosotros, y mi primo me decía: ‘No, acá a esta hora, cuando se pone el sol, de repente hay una luz’, me hacía todo el cuento y me hablaba de un diablo que se llamaba Mandinga. Y yo me imaginaba todo eso; es oral, no sé qué palabras dijo, pero sí me acuerdo de la emoción y de las tres cosas que me dieron miedo”.
En estos relatos son los mismos chicos los que cuentan las historias, y las van cambiando.
“Hay algo de cómo hablan los chicos que es como sin plan. Y por eso sus juegos y sus cuentos al final tienen tantos cabos sueltos”.
¿Los finales redondos son una cosa de adultos?
“Es muy posible que los finales redondos sean parte de nuestra angustia de saber que la vida va para un solo lado y termina. Sabemos que nos vamos a morir y vamos acallando ese miedo, pero eso sale por el arte. Me parece que el humor tiene mucho que ver con eso; el humor negro ni te digo.”
Eso mismo hacés con Macanudo, dejás los finales abiertos.
“Macanudo da mucho espacio al lector. Por eso a veces la gente se queja de que no tengo remates o de que no entiende mis chistes. Y no es que no estén entendiendo, es que están buscando algo que no está necesariamente ahí. Yo dejo espacio al lector. Cada chiste tiene distintas maneras de llegar a cada uno. No hay que explicar tanto.”
¿Cómo fue el proceso de investigación para hacer las historias?
“Recuerdo muy claro a mi primo aterrorizándome con Mandinga y la Luz Mala. Después me puse a leer muchas historias folclóricas latinoamericanas, hablé con amigos. Del primer cuento me gustaba la idea del río y del Amazonas. Me fijé con qué historias podía encontrar un remate que funcionara, y fui probando”.
“Así es como funcionan las historias; pensamos que es algo armado de cero, que una persona está en su casa pensándolas, pero son todas cosas que ya existen que se van enganchando en la cabeza de uno. Se te van enredando cosas en la cabeza y cuando te sentás a pintar o escribir, las usás.”
¿Qué sucede con las traducciones de tus trabajos? ¿Hay algo que se pierde?
“Durante 15 años, las historietas las pensé en castellano porque se publicaban en castellano, y después las editoriales las agarraban y las traducían; yo suponía que estarían bien. Las traducciones al inglés las podía leer, pero para todos los demás idiomas tenía que cruzar los dedos y decir: ‘ojalá que tengan sentido’”.
“Pero ahora que publico directamente en Estados Unidos, empecé a pensar las historietas en los dos idiomas. Como soy rudimentario en mi inglés, pensé: ‘¿qué pasará si directamente las pienso primero en inglés?’ Voy a tener que ser más simple, y a veces la simpleza ayuda al humor. El castellano es más enredado. El inglés es muy onomatopéyico, entonces para la historieta funciona mejor, es más eficiente”.
“Estoy hace 6 años escribiendo Macanudo en inglés y nadie sabe. Es raro. Pero ir por caminos raros a mí siempre me funcionó. Cuando publiques esta nota, se va a enojar todo el mundo.”
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Qué tengas buena semana! Nos leemos estos días.
Te mando un abrazo,
Jessie
¡Qué ganas de leer esas primeras versiones en inglés de Macanudo!
I read Cuentos de noche last week and it’s so good! Gracias Jessie por traernos más magia de Liniers :)